Un pozo para mucha gente (3ª parte)

 

 

         Desde hace quince años mis actuaciones en muy variadas zonas de África Occidental se han limitado a cursillos de informática destinados a gente directamente implicada en el campo de la educación. Más de 800 alumnos han pasado por mis clases y han tenido acceso al manejo de los ordenadores.

 

         Le enfermedad contraída últimamente por mi hermano César me ha obligado a replantear este compromiso y a prolongar mi estancia en un colegio donde los Hermanos de La Salle llevan más de dos décadas dedicados a la formación de la juventud. Por muchos motivos he decidido ocupar su lugar para que profesores, alumnos y numerosos vecinos de Dapaong (Togo), su lugar de residencia, noten menos su prolongada ausencia.

 

         Abandoné pues el cálido “nido” de Alcorcón donde tenía la certidumbre de llevar una vida tranquila y ociosa, sobre todo después de mi inserción en las listas de jubilados con buena paga y habitualmente despreocupados para incorporarme a una comunidad cuyo objetivo principal es la dedicación a la formación y promoción de una parte de la población en el seno de la cual está implantada, dejando en un segundo plano las demás contingencias humanas.

 

         El 12 de octubre del año pasado llegaba a Togo vía Uagadugu y, después de una breve estancia en la capital de Burkina Faso, asumía mis responsabilidades en el campo de la informática así como de la gestión administrativa del colegio Saint Athanase de Dapaong. Me hice cargo también de la ejecución de dos proyectos de cierta relevancia que iban a ocupar una parte de mi tiempo. Estos dos proyectos debían de tener por resultado un cambio sensible en las condiciones de vida de cerca de dos mil personas diseminadas por los campos de una planicie togolesa cuyos habitantes no conocían más que el agua escasa y mala de arroyos y charcas con pocas garantías de salubridad. Afortunadamente desde hacía años, misioneros y cooperantes se habían dado cuenta de esta lamentable situación de poblaciones enteras sumidas en la miseria y que no tienen acceso a casi nada de lo que hace más humana la vida. Tal es el caso de los Hermanos ya mencionados que, además de su labor educativa desde hace varias generaciones en escuelas y colegios en países cuya renta per capita no supera los 400 $, han añadido otras actividades cuyo objetivo es facilitar a grupos concretos de campesinos pobres el acceso a ciertos bienes necesarios para llevar una vida digna y asegurar un futuro mejor a sus hijos.

 

         El pozo ya está terminado. Decenas de mujeres se acercan varias veces al día en busca del agua que necesitan. He visitado varias veces la obra y puedo decir que estoy muy satisfecho. En mi última visita pude comprobar la gran satisfacción que sienten todos aquellos y aquellas que pueden tener mejor higiene, atender debidamente su hogar, preparar mejor sus alimentos y nunca más sentirse acuciados por la escasez de agua.

 

         Lo digo alto y claro: me siento orgulloso de participar en esta acción humanitaria que incrementa las esperanzas de vida de la gente cuya principal preocupación es la supervivencia. Renuevo mi declaración de agradecimiento a todos aquellos que me han dado su apoyo en todo momento. Me siento optimista viendo la unanimidad de criterios que existe en torno a esta encomiable labor que se extiende cada vez más en el tiempo y en el espacio y se desarrolla en zonas cuyos habitantes viven totalmente al margen de los G8, de la Globalización y de sus contrarios, los Alter-mundialistas.

 

                                                                           Togo, marzo de 2005

                                                                                    

                                                                                     Servando Pan